Respondiendo a la convocatoria del Simposio N° 70, en esta ponencia analizaré la trayectoria de los “indios de Guaco” en una mirada de larga duración; enfatizando la agencia de las poblaciones nativas durante los siglos XVII y XVIII.
En tiempos prehispánicos, los malfines y andalgalás habitaban el entorno serrano de los valles de Hualfín y Andalgalá (Oeste de la actual Provincia de Catamarca, Argentina). La historiografía los ubicó dentro de los pueblos diaguitas, denominación que agrupaba una heterogeneidad de poblaciones de habla kakana, quienes compartían algunas pautas culturales y de asentamiento pero que se mantenían como unidades políticas independientes.
La conquista española de las tierras de la Gobernación del Tucumán (sur del Virreinato del Perú), entre los que se incluye el territorio catamarqueño, se logró en 1665 tras un arduo proceso de luchas y resistencias indígenas denominadas “Guerras Calchaquíes” que duraron más de 130 años. Los malfines y andalgalás fueron protagonistas del telón sur del “Gran Alzamiento Diaguita” de 1630 bajo el liderazgo de Chalemín, cacique malfín.
Por su feroz resistencia al dominio hispano una vez vencidos fueron obligados a abandonar sus poblados y a servir a los conquistadores bajo el régimen de la encomienda. Miembros de estos grupos fueron trasladados forzosamente -desnaturalizados- y asentados en la estancia llamada “Guaco” en Sanagasta, jurisdicción de la ciudad de La Rioja, donde permanecieron por más de cuarenta años en vínculo con otras parcialidades. Allí construyeron una capilla, sus ranchos y sementeras y lograron obtener la propiedad de las tierras en calidad de pueblo de reducción.
A pesar de haber perdido su autonomía, la resistencia indígena continuó. Incorporadas al sistema colonial, elaboraron una serie de respuestas para atenuar la dominación y determinar las condiciones en las que vivían, entre ellas el acceso a la justicia. Otra respuesta fue el mantenimiento de lazos simbólicos y materiales con su lugar de origen.
A través de usos estratégicos de la memoria, generaron múltiples iniciativas de ‘retorno’, desafiando la territorialidad impuesta por los agentes de poder. A principios del siglo XVIII un grupo regresa a Andalgalá, donde funda el pueblo de Huaco, toponimia que permanece hasta la actualidad y evidencia el vínculo de los pobladores con su antiguo lugar de reducción. En este contexto, pude identificar un proceso de transformación de las identidades, que enmarcaré dentro de los conceptos de “etnogénesis/etnificación”.
El asentamiento de diferentes parcialidades en un mismo espacio, las uniones matrimoniales, las obligaciones y tareas compartidas para lograr la reproducción comunitaria y para satisfacer las demandas de sus encomenderos y la elaboración de respuestas y proyectos políticos alternativos llevaron a una reconfiguración de la identidad. El territorio comunitario del pueblo pasa a ser el soporte principal de la identidad, en detrimento de formas de identificación más particulares.
Lejos de constituir un caso de desestructuración, mestizaje y pérdida de la identidad étnica como han postulado otros académicos, sostengo que el proceso de reapropiación territorial llevado adelante por los “indios de Guaco” en el siglo XVIII pone de relieve la pervivencia y vitalidad de la comunidad.