Conocí a Estela, mujer de 28 años de la comuna de La Pintana, en una etnografía de dos años (2019-2020) sobre crianza y parentalidad. La Pintana es una comuna ubicada en la periferia sur de Santiago de Chile y se posiciona entre las comunas más pobres del país. Durante ese tiempo, conocí sus deseos, su batalla para llegar a fin de mes, el apoyo que le brinda su red feminizada de cuidados, así como su relación con un Estado cuya presencia es débil y discontinua y que, muchas veces, se presenta desde profesionales que ponen su parentalidad bajo sospecha.
En una de las varias oportunidades en que acompañé a Estela a buscar a su hijo de nueve meses a la sala cuna, ella reparó en un afiche que denunciaba el robo de los cilindros de gas con los que se cocina y baña a niños y niñas, mostrándome, indignada, dónde habían forzado una entrada que ya había sido reparada por las familias ante un robo previo. Una vez más, destacó, las autoridades y la policía «brillaron por su ausencia». Pocos días después, tuvo lugar un hecho no tan inesperado como catastrófico: una bala loca dio muerte a su hijo de 6 meses de edad. A partir de este evento, su relación con el Estado dio un vuelco y, rápidamente, pasó de ser un sujeto invisibilizado a una prioridad en las redes institucionales y en los medios de comunicación. Desde la aproximación etnográfica al caso de Estela y su familia, en esta ponencia reflexionamos en torno a el aparecer cotidiano del Estado en las vidas de sujetos que habitan la periferia urbana, así como la convivencia con grupos de narcotráfico que muchas veces se traduce en sensación de inseguridad constante y en donde morir por una bala loca aparece como un riesgo real.