El siguiente trabajo confiere a un análisis de corte antropológico en torno a las condiciones laborales, desde el ámbito de la informalidad y desde un posicionamiento feminista, de mujeres, trabajadoras chicanas en un restaurante de desayunos en la ciudad de Chicago, Illinois.
Se comenzará dialogando sobre los desafíos y circunstancias al momento de llevar a cabo trabajo de campo, mismo que tuvo un tiempo estimado de tres meses (de mayo a julio del 2022). Y, más aún, desde una perspectiva pronta en el campo de la antropología, como lo es la autoetnografía.
Preguntándome, ¿qué pasa, cuando la antropóloga se ve inmersa en el universo de estudio, como parte de la estructura social que pretende analizar?, es decir, ¿qué sucede cuando el cuerpo y la identidad de la misma antropóloga se ve en juego en el universo de estudio seleccionado?
En este punto, me gustaría traer el posicionamiento de Haraway (1995): “Yo quisiera una doctrina de la objetividad encarnada que acomode proyectos de ciencia feminista paradójicos y críticos: la objetividad feminista significa, sencillamente, conocimientos situados” (pág. 324). Y, que, desde mi lectura, cada vez más, creo en la necesidad de comenzar a debatir sobre las implicaciones ético-políticas dentro de la investigación. “Por lo tanto, yo, con otras muchas feministas, quiero luchar por una doctrina y una práctica de la objetividad que favorezca la contestación, la deconstrucción, la construcción apasionada, las conexiones entrelazadas y que trate de transformar los sistemas del conocimiento y las maneras de mirar” (Haraway, 1995: 329). Y más aún, desde una experiencia que trastoca las propias fronteras del cuerpo de quien investiga. Quizá, desde una mirada utópica, la inmersión al campo –como trabajadora migrante, en este caso en específico-, explore otras formas de hacer antropología.
En este punto, creo preciso exponer la precarización laboral que se habita, comenzando por; no contar con un contrato legal y, por ende, la imposibilidad de ser reconocidas por el Estado, sumado el conflicto migratorio al no poseer un permiso de trabajo. Lo que ocasiona, no poseer seguridad social y con ello, la imposibilidad de acceso a servicio médicos, además de no tener salario fijo.
Y, por si fuese poco, la existencia de castigo al momento de transgredir reglas que son puestas por el propietario del lugar; es decir, debido a que no se cumple con la imposición de reglas unilaterales y, de ser violadas; la represión consiste en descontar parte del salario, eliminando días productivos, o bien, ser despedidas injustificadamente de un día a otro sin ningún tipo de amonestación hacia éstos, así como la nula obtención de finiquito que posibilite sobrevivir mientras se está en busca de otro empleo, ni qué decir sobre jubilación.
Finalmente, situarse en un espacio laboral de constante vigilancia por parte de la comunidad de trabajo. Habitando diferencias y desigualdades entre feminidades. Un obstáculo que impide implementar vínculos afectivos y solidarios, redes de apoyo que, posibiliten la articulación entre trabajadoras, para exigir reconocimiento de derechos y, condiciones dignas y seguras de trabajo.