La historia de la humanidad registra múltiples acontecimientos de origen natural y antrópico, que por sus consecuencias destructivas, afectan y continúan afectando las comunidades a nivel individual y colectivo, configurando el fenómeno conocido como desastre. Estos eventos resultan de la combinación y refuerzo reciproco de fenómenos naturales y procesos antrópicos en poblaciones expuestas por su ubicación geográfica, situaciones económicas, políticas y sociales que generan vulnerabilidad en las comunidades, especialmente de las más pobres. Un ejemplo claro es el deterioro del tejido social y de las diversas redes de apoyo comunitario que se pierden con estos sucesos. Los desastres constituyen un cambio violento y masivo de las condiciones del entorno del ser humano, de allí que la manera como el hombre ha concebido históricamente su papel en el mundo, su relación con lo trascendente y su vinculación con el medio ambiente hayan condicionado nuestra manera tanto de concebir como de obrar ante los desastres y el riesgo (Linayo, 2012; 40).
Su impacto es más crítico en las zonas urbanas, por ser hoy las más densamente pobladas, (Vergara, 2011; 31) afectando por tanto a millones de personas. América Latina es de las zonas del mundo más propensas a sufrir este tipo de situaciones, porque de acuerdo con el informe de las Naciones Unidas del 2010, “… es el continente más urbanizado del mundo con un 79,4% y muestra el grado más alto de metropolizaciòn con 43,5%” es decir, hoy viven aproximadamente 205 millones de personas en 62 metrópolis con más de un millón de habitantes.
En América Latina esta situación es notoria, los desastres como fenómenos sociales y sus efectos en las comunidades han sido poco investigados por las Ciencias Sociales en los últimos 20 años. Las pérdidas que ocasionan los desastres van en aumento, acarreando graves consecuencias para la supervivencia, la dignidad y los medios de vida de los seres humanos, en particular los pobres, y para el desarrollo logrado a costa de mucho esfuerzo. El riesgo de desastres es un motivo de creciente preocupación mundial cuyo impacto y acción en una región pueden repercutir en los riesgos de otra, y viceversa. Ello, sumado a la vulnerabilidad exacerbada por los cambios de las condiciones demográficas, tecnológicas y socioeconómicas, la urbanización sin plan, el desarrollo en zonas de alto riesgo, el subdesarrollo, la degradación del medio ambiente, la variabilidad del clima, el cambio climático, las amenazas geológicas, la competencia por los recursos escasos y el impacto de epidemias como la del Covid 19, presagia un futuro de amenaza creciente de los desastres para la economía mundial, la población del planeta y el desarrollo sostenible de los países en desarrollo.