Ponencia

Un museo en el vacío: La disputa por la representación de la vida rural en el caso del Museo Fernando Botero de Cajicá, Colombia.

Parte del Simposio:

SP.7: Antropologías de las políticas culturales en nuestra América diversa

Ponentes

Luisa Fernanda Sánchez Silva

Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá

Hanna Sofía Franco Gómez

La “sabana” de Bogotá es el nombre con que los colombianos hemos llamado a los municipios circundantes a la capital desde tiempos coloniales; aquellos que albergaron humedales y sitios sagrados de indígenas muisca; luego haciendas coloniales y más recientemente zonas francas e industrias de diversa índole. En la actualidad, dicho territorio enfrenta uno de los fenómenos de expansión urbana más significativos del país, generando diversas afectaciones sobre una población que hasta hace pocos años conservaba una vida “de pueblo” y una presión sin precedentes sobre los recursos naturales.
La expansión de la ciudad sobre este territorio es multicausal y ha generado efectos disimiles en cada uno de los 11 municipios que conforman la zona de Sabana Centro. Pero una de sus características comunes es la construcción masiva de conjuntos residenciales de lujo que albergan (o esperan albergar) a familias de estratos altos con la promesa de una vida confortable y cercana a la capital, conservando una supuesta naturaleza pura como telón.
Este es el contexto en el que se encuentra la Hacienda Tucurinca, una casa ubicada en el municipio de Cajicá, a una hora de Bogotá, en la que el pintor Fernando Botero pasaba algunos fines de semana entre los años 70 y 1997, año en el que un intento de secuestro lo obligó a abandonar la casa de forma intempestiva. La familia Botero vendió años después el terreno a una renombrada constructora que se disponía a demoler la casa para construir uno de los proyectos habitacionales de lujo más grandes del municipio. Esto hasta que se encontró que el pintor había dejado no solo algunas de sus pertenencias, sino sobre todo 4 frescos pintados en las paredes de uno de los cuartos que le servía de taller. A partir de allí, la casa ya no era casa ni futura ruina, sino patrimonio de la nación, lo que obligó a la constructora a negociar con las autoridades locales y las instituciones de cultura del municipio su entrega, a cambio de la licencia para continuar el proyecto de construcción. La solución que se pactó en el papel: convertir la casa en un museo en el corazón del inmenso conjunto habitacional. La casa se convirtió así en isla en medio de estructuras de cemento y hierro que inundaron el antiguo paisaje de sabana y montaña.
Este es el detonante de la historia que me propongo analizar en esta ponencia: una historia que centra su atención en las disputas sobre el destino de una casa llamada a convertirse en un museo. ¿Un museo de qué? ¿Un museo para qué? ¿Y para quién? Nos preguntamos en particular por las disputas alrededor de la representación de la vida rural; un universo que para algunos debía ser borrado y para otros, reivindicado. Todo ello, articulado por la necesidad de encontrar algún sentido a la figura del pintor Fernando Botero, cuyo recuerdo se pierde en el vació de la memoria de un pueblo que no recuerda su presencia ni se reconoce en su obra.