El aumento del número de festivales culturales y musicales en las últimas décadas es un fenómeno que algunxs autorxs han denominado: “festivalización de las ciudades” (Richards, 2015). Dada su gran capacidad de organización generan capital cultural, simbólico y económico que aprovechan las administraciones estatales para promocionar a las ciudades como “creativas”, “cosmopolitas” y “turísticas”. Los festivales, en tanto eventos liminoides, funcionarían como un espacio de encuentro, de fiesta, de communitas (Turner,1982). Estas performances colectivas plagadas de auxesis basadas en la construcción de experiencias en formato de combo (Blázquez y Castro, 2020) que comienzan por la tarde y terminan de madrugada colocarían a las personas –fundamentalmente jóvenes- en un estado de exacerbación festiva donde se come, se bebe, se baila, se compran objetos, se circula y, al mismo tiempo, se transforman en espacios de militancia tanto como para quienes lo producen y asisten a los mismos. El festival reconocido como GRL PWR nació en el año 2018 con el propósito de que las bandas de mujeres y disidencias fueran protagonistas atrás, arriba y abajo del escenario. En esta ponencia describiremos etnográficamente cómo se fueron gestando y gestionando estos festivales, los efectos de la pandemia y sus derivas. Si bien este festival desembarcó en otras provincias como Rosario y Buenos Aires, aquí por razones de espacio nos centraremos en los que se realizaron en la ciudad de Córdoba. Para la (re)construcción de los datos, además de las observaciones con participación en las tareas de producción de los mismos y entrevistas con parte de la red de personas que lo hacía posible recurrimos a una etnografía de medios. Este mundo de producción cultural se hacía a través de una amplia red de cooperación y competencia (Becker, 2008) de mujeres y disidencias que le disputaban a (cis)vorones el monopolio de la organización y curaduría de eventos musicales de gran envergadura.