El fútbol se ha constituido como un “operador de nacionalidad” (Alabarces, 2007, p. 27) puesto que retoma aspectos simbólicos vinculados con la identidad de un grupo social determinado, tanto en su nivel existencial como histórico (Archetti, 1985). A partir de esta práctica, se fueron construyendo una serie de narrativas que apuntaron a reforzar el sentido de nación y su vinculación con la clase, la política, la edad y, con mayor dificultad en términos de cuestionamientos, el género y la etnia (Alabarces, 2007). Sin embargo, cabe preguntarnos ¿la nación somos todxs?
A partir del proceso de profesionalización del fútbol masculino en Argentina se comenzó a evidenciar una configuración desigual del mapa futbolístico (Archetti, 1985). Esto implicaba, por un lado, un centro conformado por Buenos Aires y alrededores, prominentes en torno a la concentración de recursos y, en contrapartida, la periferia conformada por el resto de las provincias con menor capital simbólico, político, sociales, y económico.
En el caso del fútbol femenino, nos preguntamos qué características adquiere dicha práctica en un contexto periférico, como la región Noa, ante los avances encontrados en el plano nacional, qué pasa con la disputa regional en su intersección con el género, qué permanece, qué cambia.
A partir de un trabajo etnográfico en Salta y Santiago del Estero, señalamos la vigencia histórica de ciertos rasgos centralistas que se mantienen en la forma de concebir al fútbol por parte de AFA y se traduce, una y otra vez, en respuestas de corto alcance para una transformación hacia un fútbol federal.
En este sentido, nos interesa visibilizar las particularidades que implica ser futbolistas en provincias al norte del país, conocer las condiciones de posibilidad de unxs y otrxs y promover una mirada situada en el análisis de las experiencias.