De acuerdo al último censo, casi un tercio de la población boliviana reside en el área rural, también denominada genéricamente “el campo”. Hay una imagen en torno al campo y quienes lo habitan. La definición del campesinado viene ligada a diferentes imaginarios, entre ellos, con una forma económica a la cual se caracteriza por tener a la familia nuclear como principal fuente de fuerza de trabajo, dirigida a la producción a pequeña escala de cultivos que se destina al consumo familiar con excedentes mínimos que se destinan a los mercados locales. Así, se habla de una agricultura de subsistencia.
En diferentes acercamientos -en especial aquellos dirigidos al llamado desarrollo rural y desde un determinado paradigma de desarrollo-, se ha considerado a esta agricultura como una agricultura de subsistencia, colocándola como un término que demuestra una falta de iniciativa por parte del campesinado y, además, una condición, ingrediente o equivalente de pobreza. Además, se la constituye desde y a partir de una relación dicotómica con las ciudades. Desde otras miradas, se ha comprobado que la “supervivencia” de las lógicas de la agricultura campesina van más allá de la búsqueda del máximo beneficio y que justamente por ello los policultivos llegan a producir una mayor cantidad de alimentos que los monocultivos.
Frente a este panorama la pregunta planteada es ¿qué significa subsistir? ¿Refiere a una forma económica que sólo brinda lo indispensable? ¿Una economía que no es abundante, al menos en la acumulación que parece ser constitutiva de los circuitos urbanos y lo agroindustrial? ¿Qué formas de abundancia tiene la agricultura familiar en la actualidad?
Por medio de la etnografía y en una inmersión en esta comunidad rural San Antonio La Cabaña, en el Valle Central de Tarija (Bolivia) indagamos dentro de una agricultura estratégica que aprovecha las actuales condiciones de acceso de tierras, riego, riesgos climáticos y se conjuga con diferentes nichos económicos de un entorno inmediato, pero también ampliado, con mercados insertos dentro de grandes circuitos mercantiles, a la vez que otros ligados a los lazos de parentesco y confianza.
Presentamos una descripción densa de las historias locales y especificidades económicas de quienes habitan esta comunidad rural, articulando las diversas vivencias, recorridos, lógicas y significados que las y los comunarios otorgan a sus medios de subsistencia y, a su vez, ensayamos una comprensión mayor que supera los límites estrictamente locales. Esto último para replantear la idea de la “subsistencia” campesina desde los términos en que sus propios actores conciben su día a día, pero también desde una problematización de los conceptos de trabajo, modos de producción, productividad e inserción mercantil.