Los museos etnográficos conforman, quizá, la categoría más aburrida de museos. A pesar de los esfuerzos por innovar curatorial y tecnológicamente las exposiciones, la petrificación del presente etnográfico, aunada al impulso explicativo o pedagógico de los curadores, suele traducirse en salas condenadas a una lectura alocrónica por parte del público. A partir de mi experiencia de dos décadas como curador en la sala etnográfica “Costa del Golfo de México” en el Museo Nacional de Antropología (México), mi objetivo es describir los principales obstáculos a los que me enfrenté durante mi labor curatorial (¿qué implica ser curador en un museo etnográfico?).
Como es sabido, el Museo Nacional de Antropología fue concebido para exhibir el pasado y el presente de los pueblos originarios que antecedieron la invasión española, así como aquellos que sobrevivieron al periodo colonial, pero sobre todo, al Estado Nacional. De esta forma, mientras en la planta baja se muestra el pasado arqueológico a partir del cual se construyó el discurso nacionalista mexicano, en la primera planta se presenta el pretendido «presente» de los pueblos contemporáneos, los cuales han pasado de ser considerados como un «problema» a resolver, a pueblos susceptibles de «patrimonialización» por parte del Estado.
Gracias a que por dos décadas pude contrastar el quehacer curatorial de los etnógrafos y los arqueólogos, así como la respuesta del público ante los dos tipos de exhibiciones, en esta ponencia expondré la paradoja a la que se enfrentan los curadores-etnógrafos, pues si bien tienen el poder de decidir qué es o qué no es «patrimonio» durante su trabajo de campo; una vez que los «objetos» ingresan al acervo etnográfico nacional, el peso de su decisión se vuelve contra ellos ya que, a la manera del bricoleur levistraussiano, tendrán que encontrar la manera de expresar complejos contextos culturales a partir de retazos y sobras.