Granicero es la denominación que tienen los especialistas rituales (dentro de las comunidades tradicionales del Altiplano Mexicano) encargados del manejo de los fenómenos atmosféricos, tales como atraer la lluvia o bien atajar el granizo y las tempestades en sus comunidades. Son personajes con presencia tanto en la época prehispánica, colonial y contemporánea de México.
Se ha registrado la existencia de agrupaciones de graniceros a lo largo de la Sierra de las Cruces, en el Altiplano Central. Dicha sierra es una formación montañosa que divide -de norte a sur- a los Valles de Toluca y México, conforma parte de la cuenca del Alto Lerma, un paisaje caracterizado por la presencia de macizos montañosos, volcanes, lagunas, ríos y los valles propiamente.
Este paisaje, así como la bóveda celeste, son los campos de acción donde los graniceros median las relaciones entre el mundo solar y el nocturno. Sus prácticas rituales se desarrollan en un desplazamiento entre lugares y senderos, entrelazando lo terrestre y lo celeste. Ejemplos de tal relación son el golpe del rayo, acción que se origina en el cielo y por la cual reciben su llamado; o bien, el pronóstico del temporal venidero que realizan al levantar su mirada a la bóveda celeste, entre otros.
Sin embargo, desde mediados del siglo pasado, las instituciones gubernamentales y la iniciativa privada han ejecutado acciones que han propiciado la transformación de este paisaje y la vida de las comunidades ahí asentadas, por medio de la industrialización del valle y la mercantilización del suelo. Estas acciones comprenden entre otras: el desecado de las lagunas; el encauce de los recursos acuáticos para abastecer las necesidades de las grandes ciudades; la construcción de autopistas que en su trayecto fragmentan los cerros; minas a cielo abierto y en últimos años, la privatización del bosque a manos de inmobiliarias transnacionales.
Bajo este panorama, reflexionaremos sobre cómo los graniceros continúan produciendo y reproduciendo sus prácticas y relaciones con la esfera celeste, dentro de un paisaje cada vez más erosionado por la industrialización, privatización y mercantilización, acciones que bajo la lógica de la reproducción del capital, han transformado también la vida de las comunidades ahí asentadas.