Una de las características de los sistemas alimentarios contemporáneos es el distanciamiento y desconocimiento del origen de los productos que consumimos. Para la mayoría de las personas en grandes urbes como Bogotá todo empieza en el mercado. En el mundo de la cocina se insiste mucho en la calidad de los ingredientes y la necesidad de que alimentos sean consumidos frescos. Esa calidad, hoy en día puede extenderse no sólo a las características organolépticas de los productos. Para algunos, un buen ingrediente no se reduce a que sea fresco sino a que sea producido en ciertas condiciones, por ejemplo, quienes se preocupan de que sus verduras sean orgánicas o su café fruto de un comercio justo libre de explotación. En otros productos, cualidades como el origen serán distintivos de su calidad. Igualmente, atributos sobre lo que se considera saludable o no, como ciertos azúcares sobre otros o ciertos tipos de grasas. Los diferentes criterios aunados a la elección de otros elementos como los precios y lugares de venta suponen para quienes se encargan de la compra -principalmente mujeres- de un esfuerzo importante, un conjunto de decisiones, pero también un acervo de habilidades y conocimientos.
Este ponencia relata las experiencias de mujeres de la ciudad de Bogotá encargadas de hacer el mercado y preocupadas por alimentarse saludablemente. Se quieren resaltar tres aspectos: primero mostrar cómo el mercado es percibido como un lugar de engaños e incertidumbres mostrar las estrategias que las personas adoptan para sobrellevar esto, de hecho, desconfiar del mercado es una manera de resistirse a los discursos nutricionistas de la alimentación y particularmente al uso comercial que se les da. En segundo lugar, evidenciar que para comprar es necesario desarrollar habilidades y tener conocimientos que por rutinarios pasan desapercibidos. En tercer lugar mostrar cómo de manera paradójica, cuando se busca bienestar, esto supone un mayor uso del tiempo en desplazamientos dentro de la ciudad para obtener los mejores productos (que ofrezcan una buena relación calidad y precio). Cuando no se cuenta con el tiempo hay que modificar las prácticas y recurrir a las diversas ofertas del mercado que van desde el tradicional corrientazo, pasando por los alimentos pre-procesados o pre-cocidos, hasta sofisticadas y customarizadas formas de provisión de alimentos. Tiempo, tiempo dedicado a las compras, tiempo dedicado a sentir los ingredientes, a descifrar las listas de nutrientes e ingredientes, a pensar la receta, planear el menú, tiempo para organizar los utensilios a usar, tiempo para lavar, organizar y desechar. Tiempo dedicado al cálculo: de los alimentos a comprar, de cuánto echar en la olla, de calcular lo que gastaremos compra, lo que tomará la cocción, tiempos que a menudo que llevan a que las cuentas no cuadren. Todo lo anterior, para mostrar que la malnutrición no sólo se debe combatir en las prácticas de alimentación sino también en el desigual reparto del trabajo doméstico y en la organización de los tiempos del trabajo en la sociedad contemporánea