Desde mediados del siglo pasado la migración de personas indígenas procedentes de comunidades no tan próximas a la Ciudad de México se hizo notable como consecuencia del proceso de industrialización que se vivía en ella y de la difícil situación que se vivía en el campo mexicano. Pero especialmente desde la década de los años setenta, esta migración se volvió numéricamente más importante y el patrón migratorio se transformó pues ya no solo los hombres sino también las mujeres y familias completas migraban desde comunidades alejadas hacia la Zona Metropolitana de la Ciudad de México en busca de trabajo, educación universitaria o, en general, mejores condiciones de vida.
Este patrón migratorio sigue vigente en la actualidad, aunque también es común que diversos grupos que migraron en aquella época, cuenten ahora con hasta dos generaciones de personas nacidas en la ciudad. Para fortalecer su identidad y recrear el sentido de comunidad en contextos de movilidad y desigualdad, estas personas echaron mano de ciertos elementos identitarios como las fiestas, la música y formas propias de organización. Junto con ellas, la alimentación ha sido un elemento fundamental de apego al lugar de origen y como reconocimiento de una identidad regional -en tanto oaxaqueñas/os en contextos de movilidad- que les permite reencontrarse y reorganizarse en la urbe, así como fortalecer sus identidades en contextos excluyentes y desiguales.
En esta ponencia me interesa destacar el papel de la alimentación en el contexto migratorio de personas provenientes de la sierra norte de Oaxaca a la Zona Metropolitana de la Ciudad de México, que junto con otros elementos como la música, las fiestas y formas de organización comunitarias, han sido indispensables para el mantenimiento del sentido de pertenencia a la comunidad de origen y de fortalecimiento de la identidad en las comunidades de llegada, conformando un sentido de apego e identidad a nivel regional (ser oaxaqueño/a) en la Zona Metropolitana de la Ciudad de México.