El pasado 11 de septiembre de 2023 se cumplieron 50 años desde el golpe de Estado en Chile. Organizado y ejecutado por distintos actores (Fuerzas Armadas, grupos conservadores y la CIA -EEUU), rápidamente se convirtió en uno de los hechos más cruentos y horrorosos (Cornejo, et al., 2013). La instauración de un policía secreta (DINA y posterior CNI), además de la creación de 1.168 recintos como centros de detención y tortura, provocó en la población un ambiente de constante miedo y amenaza (Lira & Castillo, 1991), fragmentando e introduciendo la violencia en las relaciones sociales (Martín-Baró, 1989).
Las luchas por la memoria comenzaron desde el mismo 11 de septiembre (Waldman, 2006), la instalación de memoria oficial desencadenó la emergencia de diversas memorias/resistencias subterráneas (Calveiro, 2018), que disputaron de manera lateral/periférica los relatos hegemónicos. Estas disputas no terminaron con el fin de la dictadura. Mediante instancias de esclarecimiento, discusión y elaboración social (Waldman, 2006), la transición democrática ha impartido diferentes políticas de memoria (Jelin, 2012) y/o procesos de memorialización (Guglielmucci y López, 2019) que habilitaron la incorporación de distintos relatos y narrativas en la esfera pública, potenciando así un escenario de constante lucha y confrontación sobre los sentidos del pasado entre distintos actores que emprendieron el trabajo por la(s) memorias(s). Asimismo, han emergido con fuerza otros grupos que han promovido la revitalización de la figura de Pinochet como un “salvador de la patria” (Olazaran, 16 de agosto 2023), categoría que ha posicionado a la dictadura como un hecho “inevitable” e incluso “necesario”.
Respecto a esta multiplicidad de voces, el presente trabajo insta a detenerse en el hacer de sus prácticas a quienes aún y desde su posición subalterna, como lo son las mujeres emprendedoras de memorias y agrupaciones sociales de DDHH, confrontan la versión singular y dominante de la memoria, y de su construcción, a través del ejercicio crítico y colectivo de organizar acciones artísticas y culturales enfrentando por ello la arremetida hegemónica y ultraconservadora, promoviendo una performance que posiciona al cuidado de los DDHH como impronta de la sociedad actual. Así, en este trabajo se busca comprender la práctica de saberes-textiles como objetos y prácticas que permiten controvertir y reafirmar la disputa por la memoria en espacios públicos y privados.
Desde un enfoque metodológico se pondrá foco en el giro material (Pérez-Bustos y Callén, 2020) que enuncia la memoria, vale decir, se busca realizar una aproximación etnográfica del contacto con y a través de la producción de objetos textiles delineadas en trabajos de autoras como Sophie Woodward (2020) y Tania Pérez-Bustos (2021). Este acercamiento se desprende de querer exacerbar el propio método etnográfico en el imperativo que implica hacer y ser parte del campo, y que nos invita como investigadoras a incorporarnos (Péres-Bustos, et al., 2016) en el hacer de la materialidad y entender que el conocimiento (y la memoria) situado deviene con la interacción de los cuerpos con el bordado/tejido.