Como estudiante que actualmente está cursando su primer año de doctorado en antropología en una universidad chilena y, habiendo previamente realizado una licenciatura y un magíster en antropología, me tocó escuchar, en el pasado, preguntas del siguiente tipo: “¿Y para qué quieres hacer un doctorado en antropología, si ya tienes una licenciatura y un magíster en antropología?” / “¿Para qué vas a seguir estudiando antropología, si estudiarás lo mismo, lo que ya sabes?”. Éstas, y otras similares interpelaciones, me fueron hechas por algunas personas (incluidos algunos antropólogos) que consideraban que “seguir estudiando antropología”, después del pregrado y el magíster, era “algo innecesario”. Partiendo del supuesto de que un doctorado en antropología implicaría “volver a estudiar lo que ya había estudiado”, estas personas me sugirieron cambiar de rumbo y adentrarme en otras disciplinas. Considerando aquellos cuestionamientos e insinuaciones -y con el explícito afán de provocar un fructífero debate- aquí parto esbozando cuatro preguntas: (1) ¿Qué sustantivas diferencias podríamos vislumbrar si explorásemos, por ejemplo, las experiencias de jóvenes que están empezando a cursar una licenciatura en antropología a sus 18 años y profesionales que están haciendo sus doctorados en antropología a los 30? (2) Si contrastáramos los variados sentidos asociados con estudiar antropología en universidades regionales y de la capital (e incluso universidades de otros países), ¿qué lecciones podríamos aprender sobre cómo varía la enseñanza de nuestra disciplina? (3) ¿Qué disímiles influencias proyectan hacia sus estudiantes determinados profesores y profesoras de antropología que obtuvieron sus posgrados en escuelas de antropología que ostentan distintas tradiciones y que están situadas en múltiples lugares del mundo (América Latina, Europa, Estados Unidos, etc.)? (4) ¿Cuáles son los reales y/o potenciales motivos que llevan a un(a) estudiante a querer obtener distintos grados académicos en antropología en diferentes universidades? Y es que, más allá de la “continuidad” que conlleva obtener una licenciatura, un magíster y un doctorado (todos en antropología), también podemos advertir la presencia de algunas importantes irrupciones -o “discontinuidades”- que hacen que la experiencia de estudiar antropología de forma extendida no implique “ahondar en lo de siempre” o estudiar reiteradamente “lo mismo”, bajo parecidas condiciones de enseñanza académica. Retomando algunos aportes de autores como George W. Stocking Jr. (2002) y Eduardo Restrepo (2018) en lo referido a, por una parte, los efectos de las variaciones epocales y espaciales en los contenidos de la antropología y, por otro lado, el sentido común disciplinario, el objetivo de esta ponencia es invitar a pensar antropológicamente la formación antropológica. Para ello, pondré especial énfasis en la educación a nivel doctoral. Asimismo, haré referencias a mi propia experiencia en tanto “perpetuo” estudiante de antropología.
Bibliografía.
Restrepo, E. (2018). El espectro boasiano de las “cuatro ramas”: la arqueología y el sentido común disciplinario en Colombia. En P, Gatti., & L, de Souza (eds.), Diálogos con la Antropología Latinoamericana (pp. 109-130). Montevideo: Asociación Latinoamericana de Antropología (ALA).
Stocking, Jr., G. W. (2002). Delimitando la antropología: reflexiones históricas acerca de las fronteras de una disciplina sin fronteras. Revista de Antropología Social, 11, 11-38.