El Colegio Ward se instaló en Argentina en el año 1913. La laudatoria historia oficial narra que la nueva institución educativa fue creada merced a una donación efectuada por el ciudadano estadounidense George Ward en homenaje a su difunta madre. Cabe mencionar que en sus primeros años de vida, el establecimiento escolar se ubicó en diversos edificios pertenecientes a los barrios de Flores y Caballito, en la entonces Capital Federal. Vale la pena tener presente que en las primeras décadas de la centuria pasada, se produjo un vertiginoso avance en el proceso de democratización de la sociedad argentina. En ese sentido, el sistema de educación privado se erigió como un refugio por parte de las elites (Fuentes, 2011). Este circuito educativo estuvo conformado mayormente por una heterogénea red de escuelas secundarias privadas pertenecientes a comunidades extranjeras (Bjerg, 2017; Silveira, 2018; Serrao, 2021), religiosas y laicas (Silveira, 2019). El Colegio Ward formó parte de esta red puesto que fue pergeñado para educar a los hijos de estadounidenses que vivían en el país por lo que pronto obtuvo relevancia. Como parte de la construcción identitaria, el espacio otorgado a la práctica de los deportes fue un puntal en la estrategia planificada por las autoridades de la institución. En efecto, esta cuestión puede apreciarse en los folletos impresos (conocidos también como prospectos) con los cuales se buscaba tentar a potenciales interesados en inscribirse en el nobel colegio. Allí se hacía referencia a la relevancia de la formación física de los alumnos, a tono con la educación integral que se impulsaba desde la institución. Además, se hacía hincapié en las modernas instalaciones las cuales eran propicias para la práctica de los deportes.
En virtud de lo expuesto, el propósito de este trabajo será analizar en perspectiva histórica aquellos años iniciáticos del Colegio Ward y el rol de la actividad deportiva en la conformación de una identidad particular que intentaremos contribuir a develar.