La investigación que fundamenta este artículo sostiene que las políticas de prevención de la delincuencia dirigidas a grupos considerados por el Estado como propensos a la delincuencia involucran fuerzas productivas que, a través del afecto, buscan crear un sujeto disciplinado y obediente a las normas que mantienen el statu quo. Este sujeto obedece a un orden social que naturaliza la desigualdad social, la acumulación por desposesión y la seguridad interior del Estado. En este contexto, el artículo explora una forma de coacción optimista que se basa en la gramática del cuidado para instaurar un ‘orden del discurso’ de la prevención. Analiza cómo la ética, el afecto y la política se entrelazan en situaciones de intervención preventiva en hogares y barrios afectados por la cárcel.
El Estado chileno, a través de sus funciones punitiva y social, configura a los familiares de personas encarceladas como un objeto de gobierno ambivalente. Por un lado, son temidos como un semillero de peligros que deben ser controlados. Por otro lado, son vistos como víctimas inocentes del crimen organizado que deben ser socorridas.Este análisis arroja luz sobre cómo el cuidado preventivo se ha convertido en una policía de familias marginalizadas. El artículo se centra en la vida de mujeres jefas de hogar que viven en circuitos que entrelazan íntimamente la cárcel, la familia y el barrio. Estas mujeres participan en programas anti-delincuencia que son impulsados por iniciativas de seguridad formuladas a través de discursos de desarrollo social. Estos programas intervienen hogares de barrios empobrecidos, especialmente aquellos categorizados como en riesgo delictual. A través de ellos, el Estado promueve el empoderamiento de las familias, pero lo hace en una lógica de mercado que las obliga a participar en actividades productivas para poder acceder a los beneficios.
La investigación muestra que, en lugar de ser una forma de liberación, la promoción del emprendimiento individual y la resiliencia en las políticas de cuidado preventivo para jefas de familia se viven como una obligación. El artículo propone que esta coacción optimista crea una distinción entre las jefas de hogar que pueden soportar las dificultades y ‘gobernarse a sí mismas’, y las que no pueden. Esta racionalidad genera un abismo moral entre las personas responsables e irresponsables, las primeras capaces de ser rehabilitadas por programas gubernamentales, y las segundas reacias a la acción preventiva del Estado. En conclusión, este trabajo analiza la posibilidad de pensar la obstinación como una crisis y una crítica.